Héctor Luis de Posada: Aún la utopía me muerde y me desvela…

Por José Aurelio Paz tomado del Invasor.

«Estoy entre la espada y la pared/ al borde de un abismo/ sentado con mi viejo corazón/ tratando de encontrar la solución/ que siempre da lo mismo…»

Comenzaba su voz a contaminar los más mínimos rincones de aquel patio, cuando vino el aguacero a calarle la utopía. Era su gran concierto en el Centro «Pablo de la Torriente Brau», en La Habana, junto al guitarrista Oscar Solís y los trovadores Pepe Ordaz y Augusto Blanca. Fue tal el «palo» de agua que hubo de suspenderse, luego de la séptima canción, para septiembre.

Ahora Héctor Luis de Posada vuelve al punto de partida de su sueño, a armar nuevamente su barca: lograr grabar un disco allí, en vivo, el cual sería su primer CD autoral no bastardo, cuando los que posee han sido cocinados, de manera casera, en el clandestinaje de las escaseces y las despromociones institucionales.

Mientras regresaba a la provincia, desde su estrecho asiento del ASTRO, se preguntaba si su sino era el de la desventura. Pensó en esa expresión popular que reza que, mientras unos nacen con una estrella en la frente, otros nacen con un guisaso en… y él es de estos últimos.

¡Cuánto trabajo le había costado ese viaje! Un taxi que nunca apareció para llevarle a su destino, porque el que existía traería, a la provincia, a una artista capitalina. Grabados de Chamorro que no pudo llevar, por tal motivo, para ambientar su concierto. Ayuda a medias de funcionarios que no vieron en esta travesía un momento trascendente del artista quien decidió, un día, cambiar las bondades del turismo por el llamado a hacer su obra trovadoresca, bajo una subvención salarial que no le alcanza. ¿Valdría la pena intentarlo otra vez? Ahora, frente a mi me dice que sí, que él muere de itinerarios, pero no se resigna a deshacer el viaje.

¿Quién es este hombre que me recuerda al «Gruñón» de Blancanieves? ¿El mismo que se quedó sin voz y casi vuelve loca a la familia, loco él como andaba?

Moronense de cuna, en 1969 dio su primer agudo y ya, en el ’76, le ponía alas al afán de cantar. Integrante del grupoTuriguanó, participó en diversos festivales nacionales internacionales, incluso cantó en Angola para los combatientes. Fundador de la Asociación Hermanos Saíz, con la Medalla «Raúl Gómez García», la Moneda Representativa de la Ciudad de Ciego de Ávila y el Sello al Mérito Artístico, entre otros reconocimientos, actualmente es vice-presidente de la UNEAC en la provincia, profesor de guitarra y autor del espacio de trova Música y razón. Pero, ¿siempre la música se hace acompañar de suficientes razones para creer en ella como parte de la utopía?

«La realidad es que la trova ha decaído mucho en Ciego de Ávila y no es por los trovadores. Yoán Zamora y yo hemos traído a la provincia a importantes figuras del género que van desde Vicente y Santiago Feliú hasta Frank Delgado, Angelito Quintero… El asunto está, a mi modo de ver, en la falta de un apoyo institucional serio que garantice al género una promoción decorosa.

«A veces uno tiene la sensación de que nos atienden a medias, casi por salir de nosotros, o porque no queda más remedio. Pero no existe una verdadera dimensión de lo importante que somos, no los trovadores, sino la alternativa que construimos ante tanta canción hueca de pensamiento que pulula por ahí ahora.

«En la organización de ese concierto nacional lo pude constatar. Es cierto que era un tiempo convulso de eventos en la provincia, porque estaban las actividades por el 26 aquí, pero pudo dárseme mejor apoyo tratándose de un espacio capitalino prestigiado por su trayectoria, de que de allí saldría mi primer disco oficial en que la presencia no solo de Héctor Luis de Posada en el Centro Pablo era lo importante, sino la presencia de la cultura avileña a través de mi persona.

«Luego de tantos trabajos, en la séptima canción, hubo que parar por la torrencial lluvia. Como de esos conciertos en vivo sale el disco, que esa fundación luego promueve como resultado de la presentación, decidió reprogramarse para el viernes 10 de septiembre en horas de la tarde. Ojalá que para entonces tenga más suerte y todo logre coordinarse a fin de que las cosas sean como deben ser.»

-No pudiste salir a cantar tu último premio del Channy Chelacy. Una imprevista disfonía vino sobre ti como un conjuro para que te callaras la boca. Era como si Hamelin hubiera extraviado su flauta y los ratones estuvieran de fiesta. ¿Qué se siente? ¿Qué sensación te invade en momentos como ese?

«Es la oscuridad más absoluta en tu alma, en que tratas de tantear a ver si logras restablecer la luz, pero la inseguridad te carcome, al punto de volver loca a la familia, a la foniatra… tomas cuanta cosa te dicen y poco falta hasta que vayas a ver a algún brujo que te restituya tu razón de existir, que es cantar.

«Tuve que posponer mi concierto. Hacía ejercicios diarios, pero la voz no salía. No afinaba. Hasta me tuve que poner esteroides. En todo ese tiempo compuse solo una canción que se llama Me recuerda a ti y la hice, casi, cantándola mentalmente.»

-Se observa cierto cansancio en los «trovadictos». No podemos ser ciegos, a pesar de vivir en Ciego. De aquellas peñas que comenzaron en el patio del Museo de Artes Decorativas y desbordaban el local, apenas queda nada. Echarle la culpa a la gente sería lo más fácil y lo más falso. ¿No será un asunto de sobresaturación de tu persona?

«No. En mis peñas evito repetir las canciones, incluso siempre tengo a algún trovador invitado. Creo que el asunto está en quienes ganan por promover la cultura y no lo hacen como es debido. El asunto no es que aparezcas en la televisión una vez y lo anuncien en la radio y la prensa escrita. La promoción tiene que ser algo más raigal, más especializado, que llegue a la gente, le toque a la puerta de la casa y le diga: ‘¡Aquí estoy! ¿Vienes conmigo?’. Y eso no ocurre. Antes había menos recursos, pero más amor por la tarea. Nadie preguntaba cuánto me vas a pagar, sino qué vamos a hacer y, ahora, eso casi se ha perdido.»

— ¿Y no será ese tu caso?

— Mira, yo dejé mi trabajo en los cayos, porque entendí que debía dedicarme a hacer mi obra. Para los que lo ven todo a través de las matemáticas sería un bobo contemporáneo, un idealista; un utópico, precisamente. Entonces soy lo que se llama un artista subvencionado por el Centro Provincial de la Música, en que me pagan un mínimo salario y trato de hacer siempre más actividades de las programadas. Lo que cobro extra por algún evento no puede compararse, ni remotamente, con lo que perciben otros artistas. Tengo una mano para recibir, pero la otra para dar, y son muchas las actividades en que he cantado sin cobrar un centavo.

— Una declaración como ésta pudiera ganarte el apelativo de malagradecido…

— Lo sé, pero ese es el riesgo. Soy amigo, en lo personal, de quienes tienen la responsabilidad de encausar la cultura, pero eso no puede privarme de ser crítico como lo soy conmigo mismo; de decir lo que no me gusta; de pensar que hay un abismo promocional que no permite conocer lo que ocurre; que los propios creadores nos hemos encerrado tanto en nuestras propias parcelas, que no compartimos con el resto de los intelectuales y poco o nada nos interesa mezclarnos, contaminarnos noblemente de lo que hacemos, como ocurría, por ejemplo, con los Te Culturales que tú mismo organizaste una vez, donde nos enriquecíamos de manera mutua. El artista tiene que ser una persona con un horizonte ilimitado, tanto hacia dentro de sí como hacia afuera, si no queda atrapado en la mediocridad más reticente.

—Si estuvieras tú en la piel del funcionario, ¿qué harías?

— Lograr, ante todo, personas capaces de amar lo que hacen. Esa es la única fórmula que funciona. Tú puedes graduarte de cualquier cosa y tener no sé cuántas maestrías y doctorados, que si no le pones corazón a las cosas nada sucede. Ese es un ingrediente esencial que queda fuera de los calificadores de cargo en las empresas… quizás porque es muy difícil de percibir; pero en el caso de la Cultura resulta inadmisible y cada vez te encuentras, dentro del sector, con personas más insensibles a entender al artista y, sobre todo, a darse cuenta que esa es su razón de existir, que el funcionario solo es el puente para que el artista camine, desde su obra, y pueda llegar a la gente para conmoverla, mejorarla, cambiarla.

— Una perla extraviada: Las Casas de la Trova…

— De eso prefiero no hablar. Sé que alguna vez existieron. No sé si se le pueda llamar así a lo que son ahora…

— El disco que quedará como resultado de ese postergado concierto, que ojalá se concrete en el próximo septiembre, llevará por nombre Utopía, como la pieza que le da título y donde reza: «Aunque los senderos no sean luminosos/ y al encender la antorcha no parezca hermoso/ hay que seguir arando por viejos caminos/ y llegar al futuro con la fe que vivo…» Mi última pregunta: ¿Tienes la utopía de que el actual panorama de la trova en la provincia cambie, de que tu presencia en ese importante sitio de La Habana, que es el Centro «Pablo de la Torriente Brau», sea un premio a todos los avileños?

— Ese es el gran sueño en que comienzo a navegar de nuevo. Quise salir y fui lanzado por el mar de los destinos, o de los desatinos, otra vez a la costa. ¡Qué bueno sería que, ahora, la historia fuera distinta! Que ese concierto no lo tomara solamente como mío, sino que en él se embarcara todo el que tiene que hacerlo, porque yo no soy ‘el trovador’ a secas, yo soy ‘el trovador de Ciego de Ávila’ y eso, más que entenderlo, hay que interiorizarlo, hay que sentirlo como propio. Si eso ocurriera. Tendríamos que hacer una nueva entrevista con otro sabor diferente.

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